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Existen las buenas películas, esas que te hacen salir de la sala de cine con una sensación general de satisfacción y que recomendar prácticamente sin peros a cualquier amante del medio; incluso podemos encontrar entre los estrenos anuales largometrajes que calificar con mayor vehemencia usando adjetivos como «magníficas» o «excelentes». Pero muy pocos títulos van un paso más allá —o varios— y merecen ser etiquetados como obras maestras.

Como con todo lo relacionado con el séptimo arte y nuestra recepción más o menos especializada de una cinta, no hay normas escritas sobre qué hace a una producción merecedora de este calificativo. No obstante, podríamos concluir que, además de trascender como referentes dentro de sus respectivos géneros, son un cúmulo de decisiones técnicas, artísticas y dramatúrgicas acertadas que crean una fusión perfecta entre forma, narrativa y discurso, haciendo que todos estos elementos remen en una misma dirección mientras se complementan entre ellos.


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Con su extraordinaria ‘Civil War’, Alex Garland ha firmado su magnum opus particular, moldeando una ucronía bélica deslumbrante en todos y cada uno de sus aspectos que invita a pensar que Stanley Kubrick hubiese dirigido este largo, y no ‘La chaqueta metálica’, si hubiese nacido en los años 70. Una obra poderosa, escalofriante, lúcida e implacable que se postula para convertirse en una de las mejores de 2024 y en un nuevo referente del cine «de guerra» contemporáneo.

La mirada «objetiva»

En pleno siglo XXI huelga subrayar el hecho de que cualquier creación artística no deja de ser una proyección del contexto sociopolítico y cultural en el que se gesta. El caso de ‘Civil War’ ejemplifica esta máxima a la perfección únicamente con su ácida premisa, en la que Estados Unidos se encuentra sumida en un conflicto armado fruto de la polarización en la esfera política y su proyección sobre la ciudadanía; un escenario tristemente familiar y no tan distópico como nos gustaría.

Un planteamiento tan delicado como este podría haberse abordado desde una perspectiva puramente reivindicativa en la que el componente ideológico hubiese terminado devorando el relato y adueñándose de él. No obstante, lo último de A24 se desmarca del sermón sin dejar de ser profundamente política ni caer en la equidistancia; algo que alcanza a golpe de sutileza, dando únicamente pinceladas sobre lo que acontece en el país de las barras y estrellas para ahorrarse exposición innecesaria y centrarse en generar las emociones más viscerales posibles.

Pero, ¿cómo se consigue este punto de distanciamiento, potenciado por un cariz casi documental, orgánicamente? La solución que ha dado Garland a este reto es tremendamente inteligente, y pasa por convertir ‘Civil War’ en una oda al periodismo de guerra y a los profesionales del gremio; decisión que se ve reflejada en la narrativa, en la forma e, incluso, en el la gestión de los momentos más dramáticos, que huyen de exabruptos y abrazan una aspereza sobrecogedora.

Es sorprendente cómo el director de joyas como ‘Ex Machina’ o ‘Men’ —que seguiré defendiendo a capa y espada— logra implicar al público en la historia y con sus personajes mientras se esfuerza por que el relato permanezca con los pies en la tierra permanentemente, apostando por el realismo y la mirada «objetiva» y, a priori, neutra de los protagonistas sobre la guerra y —casi— todos los involucrados en él de forma activa o pasiva.

Para ellos, y esto se extiende al largometraje en sí, lo importante es el resultado final. Conseguir la toma perfecta, la imagen que ilustre a la perfección un momento determinante que ponga del revés el estómago del espectador o la frase que plasme mejor la situación que se está viviendo. A priori, no queda espacio para juicios morales, sensiblerías ni sobreexplicaciones, pero la crudeza de la guerra proyectada en la pantalla dice mucho más que todo eso por sí sola.

La forma como catalizador

‘Civil War’, además de con sus personajes, perfectamente construidos y mejor interpretados, rinde tributo a la figura del reportero gráfico a través de su forma. El trabajo del propio Garland y del director de fotografía Rob Hardy es, una vez más, espléndido, y combina una aproximación hiperrealista en lo que a planificación y movimiento de cámara respecta mientras buscan encuadres que gritan «fotoperiodismo» a los cuatro vientos, apoyados por una relación de aspecto en 1.85:1 que refuerza el vínculo con la no-ficción y se acerca a las proporciones fotográficas clásicas.


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He de confesar que llevaba mucho, pero que mucho tiempo sin sufrir tanto ni experimentar niveles de tensión tan altos en una sala de cine, hasta el punto de notar sudor brotando de las palmas de mis manos. El control del suspense de la que hace gala el realizador y la apuesta por inyectar veracidad a unas escenas de acción soberbias, que nos sitúan en medio la contienda con una cámara en primera línea de fuego y con un diseño de sonido en el que cada disparo hiela la sangre, terminan siendo la guinda en un pastel que se queda grabado a fuego en tu mente para acompañarte durante mucho tiempo después de su visionado; algo que sólo está al alcance de las verdaderas obras maestras.

‘Civil War’ y su road movie de Nueva York a Washington en clave bélica es una de las producciones más trascendentes del nuevo milenio. Un logro cinematográfico gigantesco que no debería quedar ensombrecido por controversias absurdas y paralelismos más que evidentes con la realidad, y que reivindicar como la cumbre de la carrera de un Alex Garland que, de cumplir su amenaza de abandonar la dirección de cine, habrá dado carpetazo a su trayectoria justo en su cúspide. Imprescindible.

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