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Hace unos meses que ‘Rebel Moon (parte 1)’ dejó a fans y no fans de Zack Snyder perplejos y divididos. La mezcla de space ópera y fantasía épica recordaba a las copias italianas de ‘La guerra de las galaxias’ de primeros de los 80, y ofrecía una versión del autor desnuda, un puro espectáculo de viñetas que prometía un gran final que ahora acaba de llegar a Netflix bajo el título de ‘La guerrera que deja marcas’, dejando un resultado que no engaña, es prácticamente la suma de una introducción y una secuencia de acción de una hora.

El problema de “dar lo que promete” es que la construcción hacia este momento es bastante más interesante que verlo como tal, o al menos en su versión para casi todos los públicos, antes de la prometida versión del director llena de sexo y gore. ¿Hará mejor esa versión a esta dupla de cine de evasión con espíritu de portada de novela gráfica de los 90? Es muy dudoso, pero está claro que será mucho más divertido.

El problema de la acción en esta segunda parte es que parece castrada a propósito y los momentos de impacto dan la impresión de que podría haber ido siempre un poco más allá. Dado que en algún momento tendremos esa visión, podemos juzgar el espectáculo como lo que es, una gran colección de splash pages con una visión estética llena de anabolizantes, polvo, fuego y la búsqueda de una recreación del espíritu warhammer en pantalla con poca atención a… ninguna otra cosa.

Un tercer acto de dos horas

Porque si la primera parte era un poco simplista, al menos tenía visitas a distintos planetas y presentaciones de unos personajes que en esta entrega tienen un papel limitado a contar algo más de su pasado para rellenar toda una primera hora de preparación en la que no hay ningún nudo de trama, ni se plantean conflictos que no estuvieran explicados, tan solo es una extensión de la anterior a la que se le nota que había que ir rellenado toda su primera mitad de preparaciones reiterativas de llevar grano de un sitio a otro para alcanzar las dos horas.


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En otras palabras, se nota muchísimo que ‘Rebel moon’ debería haber sido una sola película, por mucho que Snyder amenace ahora con seis nuevas entregas. Comprimiendo un poco aquí y allá, podría ser una experiencia de dos horas y media en la que toda su parte final fuera una gran batalla en la luna titular. Pero claro, de esa forma no cabrían todos los planos en slow motion que nos tiene preparados el director, que lejos de contenerse desparrama aquí sus tics más amados y odiados.

Dicho esto, puede que a los que no les entró demasiado bien la anterior entrega disfruten aquí de una larga escena de batalla en un mismo escenario que tiene una planificación y efectos especiales impecables, ya que no hay cambios de escenarios, menos cromas y poco más que una sencilla búsqueda del destrozo por el destrozo, los tiros por los tiros y la explosión por la explosión. También puede encontrarse de frente un gran vacío, porque tras su envoltorio solo queda un abismo.

Una ópera de acción bélica

No hay tensión dramática y se confía en la inercia creada en la aventura previa para enganchar con las emociones de los personajes, pero ahora, la solemnidad asociada a los habitantes de la luna se convierte en un encadenado de épica empalagosa que se niega a abandonar cada momento desde el principio hasta el final. Es ahí en donde la anterior sabía hacerse más juguetona y desprejuiciada, dejando aquí los momentos de heroísmo en concatenación de pose y gesto compungido.


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No es sorpresa en un director que nos deleitó con su “Martha!”, pero aquí la fina línea entre el humor involuntario y el sentido de la maravilla se intercalan de tal forma que nadie que se la tome realmente en serio la podrá asimilar sin tirar la toalla. Pero para los que ya están vacunados con el método Snyder, pueden disfrutarla como una singular oda al propio acto del espectáculo infantil y virtuoso, la plasmación del entretenimiento popular como un fetiche y no como un fin.

‘Rebel Moon parte 2’ parece en ocasiones la recreación de la experiencia de una película y no una propia ficción en sí, es una consecución de cinemáticas impecables de un videojuego que solo existe en la cabeza del director, uno del que solo es capaz de plasmar su contexto en imágenes. Es la veneración nostálgica de una creación inexistente a modo de pura proyección de la ilusión, sin una brújula que marque lo que es correcto o no, apoyando cada momento en convenciones y clichés que se convierten en andamios para la pura arquitectura de sueños sin límite visual, esto es, una verdadera película de Zack Snyder.

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